«Paz, piedad y perdón» es como se conoce al discurso pronunciado por el presidente de la Segunda República españolaManuel Azaña, el 18 de julio de 1938 en el Ayuntamiento de Barcelona, a los dos años del comienzo de la guerra civil española. El discurso contiene un mensaje de reconciliación y fue elaborado con la intención de preparar a la opinión pública para lograr una mediación internacional y no prolongar la guerra.1


El texto recoge la idea de la vinculación de la guerra civil con la escalada de la tensión en Europa, una llamada de atención a la Sociedad de Naciones para que intervenga en un conflicto español, el cual Azaña considera prolongado por culpa de la intervención de países extranjeros; esto es, la guerra civil como primera batalla de una aún desconocida guerra mundial. Intenta dejar a un lado la idea de bandos y centrar la reflexión sobre España:

La guerra civil está agotada en sus móviles porque ha dado exactamente todo lo contrario de lo que se proponían sacar de ella, y ya a nadie le puede caber duda de que la guerra actual no es una guerra contra el Gobierno, ni una guerra contra los gobiernos republicanos, ni siquiera una guerra contra un sistema político: es una guerra contra la nación española entera, incluso contra los propios fascistas, en cuanto españoles, porque será la nación entera quien la sufra en su cuerpo y en su alma.

Se dirige a todos los españoles, en los dos bandos:

Destaco entre ellas que todos los españoles tenemos el mismo destino. Un destino común, en la próspera y en la adversa fortuna. Cualesquiera que sea la profesión religiosa, el credo político, el trabajo y el acento. Y que nadie pueda echarse a un lado y retirar la puesta. No es que sea ilícito hacerlo: es que además, no se puede.

Reflexiona sobre la futura reconstrucción y adivina el peligro del caudillismo:

La reconstrucción de España será una tarea aplastante, gigantesca, que no se podrá fiar al genio personal de nadie, ni siquiera de un corto número de personas o de técnicos; tendrá que ser obra de la colmena española en su conjunto, cuando reine la paz, una paz que no podrá ser más que una paz española y una paz nacional, una paz de hombres libres, una paz para hombres libres.

El texto se va cerrando intentando hacer un llamamiento a la necesaria reconciliación y construcción de una sociedad tolerante cuando llegue la derrota de unos y la victoria de otros:

Pero es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por una ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón.

Pero Azaña adivina que ni tan siquiera los actores de la misma guerra saben cuáles serán los cambios que producirá:

Nunca ha sabido nadie ni ha podido predecir nadie lo que se funda con una guerra; ¡nunca! Las guerras, y sobre todo las guerras civiles, se promueven o se desencadenan con estos propósitos, hasta donde llega la agudeza, el ingenio o el talento de las personas; pero jamás en ninguna guerra se ha podido descubrir desde el primer día cuáles van a ser sus profundas repercusiones en el orden social y en el orden político y en la vida moral…




cerraba su apelación a la concordia citando a Azaña:

Y por eso me aventuro a dirigir estas palabras de apelación a dichos dirigentes políticos y culturales, pidiéndoles que depongan su retraimiento y sus utopías retrospectivas. Sería pertinente hoy recordar aquella patética apelación del presidente Azaña: «Paz, piedad, perdón». Que puesta en lenguaje adecuado a las presentes circunstancias podría reformularse así: humildad, magnanimidad y compasión. Porque, lo que se ventila el 12 de marzo próximo para el futuro de España exige que la concordia presida nuevamente la conducta de la clase política y la de los ciudadanos.



Última modificación: jueves, 13 de marzo de 2025, 14:17