El soldado permaneció quieto. Cumplió la promesa y no se dio la vuelta. Al terminar el oficio, el cura, se volvió a meter bajo la lápida y el soldado sorprendido, fue tras él. Al principio no fue capaz de abrirla, pero despues de utilizar todas sus fuerzas y un palo como palanca, lo logró. Unas escaleras le conducían hasta una puerta que se encontraba al final del pasillo. Éste estaba alumbrado con antorchas y la luz era suficiente como para poder buscar algo con que abrir la puerta. En medio de la búsqueda se tropezó con una piedra y bajo ésta se encontraba la llave que le ayudaría a cruzar al otro lado. Al entrar encontró una vieja habitación donde se encontraba, encima de la cama, el cadaver del cura. El soldado se acercó y al intentar tocarlo otra vez fue sorprendido por el espirítu.
- Tienes que ayudarnos- susurró el cura.
- ¿A qué?- preguntó el soldado.
- Llevo muchos siglos tocando las campanas y no tengo ya la fuerza suficiente como para seguir más tiempo... Las almas de los muertos de este cementerio deben dejar de vagar por el mundo de los vivos. Tienes que ayudarlos a cruzar al otro mundo- respondió el cura. Debes sustituirme y para ello debes morir. Con tu ayuda, los muertos dejaran de molestar a los vivos. Toca las campanas todas las noches a las 12 en punto. Los muertos aparecerán y deberas dar misa, pero cuando termines deberas hablar con cada uno para que te cuenten que es lo que les retiene aún aquí y hacerlo llegar a quien corresponda...Sólo así quedarán libres.
Al soldado no le dio tiempo a decir nada. Simplemente asintió con la cabeza y calló subitamente muerto.